España está inmersa en el diseño de su transición energética encaminada a una descarbonización de la economía a través de la electrificación de la misma con una generación basada en las renovables. Pero el cambio será mucho más profundo: afectará a los modelos de negocio y la digitalización del sector será clave.
La combinación de la generación distribuida y el autoconsumo, gracias a la tecnología fotovoltaica, del almacenamiento de la electricidad mediante baterías y de la digitalización de las redes (las llamadas smart grids) transformará el modelo de negocio y posicionará al consumidor como epicentro del sector. Esta evolución natural cuenta, además, con un apoyo regulatorio inequívoco, tal y como se desprende del contenido del Winter Package de la UE.
Pero se equivoca quien se imagine a un consumidor tecnológicamente motivado y ambientalmente concienciado mirando a todas horas una app para dar indicaciones al sistema de climatización y a los electrodomésticos de su casa con el fin de ahorrar y ser más sostenible. Habrá apps energéticas sí, pero el análisis de big data, el procesamiento de información mediante inteligencia artificial y el despliegue progresivo de Internet de las Cosas (IoT) harán posible reducir consumos y coste energético con una mínima intervención del consumidor. En la otra cara de la moneda estarán las comercializadoras, que dispondrán también de mucha más información acerca de los hábitos y preferencias de consumo de sus clientes lo que les permitirá enriquecer y diversificar su oferta.
La regulación del sistema eléctrico se hará también más compleja. Habrá una elevada penetración de fuentes renovables de generación discontinua, sobre todo fotovoltaica y eólica, que tendrán que ser respaldadas no solo con centrales de generación firme (nucleares, mientras funcionen, y ciclos combinados) sino también reguladas con la modulación de la demanda a través de señales claras de precio, tanto en lo relativo al precio de la energía como a los costes regulados. Los peajes deberían rediseñarse para ser más caros en aquellos momentos en los que las redes tiendan a congestionarse. En este aspecto jugarán un papel clave los agregadores de demanda y el almacenamiento de electricidad mediante baterías, cuando el binomio tecnología-economía así lo permita. Los agregadores necesitarán disponer también de herramientas específicas para el análisis, prácticamente en tiempo real, de cantidades ingentes de datos.
Los mercados eléctricos, siempre en evolución, participarán también de la transformación digital; y ya se vislumbra la aparición de plataformas de e-commerce para el intercambio de electricidad de origen renovable (basado en las llamadas garantías de origen) utilizando tecnología blockchain.
Todos estos cambios vienen cargados de retos tecnológicos y funcionales, pero también legales. Áreas regulatorias antaño estancas, como la regulación energética, la normativa financiera o la protección de datos empezarán a ver cómo las fronteras, jurisdiccionales y temáticas, se irán poco a poco diluyendo.
Pero esto ya es tema de otro post de Garrigues…