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Felipe VI y el futuro

 | El Mundo
Antonio Garrigues Walker

Nuestro próximo jefe de estado va a ser el más joven de toda Europa. ¡Buena noticia! Europa está envejeciendo a velocidad de vértigo y, en este sentido, uno de los peores ejemplos es justamente España. Un Rey de 46 años es, en estos tiempos, un gran activo. Está en esa edad intermedia que le permite haber acumulado la experiencia suficiente para renunciar a conductas o improvisaciones arriesgadas, sin perder contacto con las aspiraciones y los problemas de la generación anterior.

 

Es además persona culta, políglota, convivencial, dialogante, y goza de una sana curiosidad intelectual, que le permite conocer de forma seria los temas vivos y reales. Temas como el ya mencionado del envejecimiento de Europa y España; el del impacto del poderío tecnológico y científico en la condición humana; el de los déficits del modelo educativo y del sistema judicial; el del reto de la emigración y el refugio; el de la modernización y democratización de los partidos políticos, y sobre todo los grandes temas de esta época: el paro, la corrupción y la desigualdad social cada vez más intensa, más dramática y más injusta que está poniendo en grave riesgo la sostenibilidad del sistema. Su papel -seguro que lo tiene muy claro- no es gobernar sino saber reinar, pero a tal efecto no es negativo en forma alguna que entienda –o que intente entender, lo cual no es fácil- los problemas básicos de España y también los del mundo.

Tenemos en nuestro país una grave escasez de líderes que posean una mente global, que “vean” el mundo redondo, que sientan la importancia creciente del eje del pacífico, que sigan muy de cerca el doloroso renacer de África, que conozcan el papel de los Estados Unidos en este mundo y que sepan quién manda en los distintos ámbitos, que puedan combinar con eficacia y pragmatismo las distintas prioridades en su política exterior, y que estén convencidos de la importancia para los intereses nacionales de las buenas relaciones humanas con otros líderes mundiales.

En este terreno el actual Príncipe de Asturias tiene buena nota. Ha demostrado ya en gran medida su capacidad concreta y tiene un potencial de mejora que sabrá aprovechar en su plenitud. Tiene, sobre todo, una lección bien aprendida que ya no podrá olvidar nunca. Ya es consciente, totalmente consciente, de que la ciudadanía va a exigirle, sin contemplaciones, como a todos los demás responsables públicos, niveles de exigencia ética, de transparencia y de virtudes cívicas cada vez más altos. No hay vuelta atrás. El pueblo español quiere que su Rey sea integro, modesto, sobrio y valiente, como lo fue su padre cuando tuvo que defender la democracia. Querrá también que se comprometa con las causas sociales más nobles y con los objetivos más ambiciosos. No es mucho pedir. Eso es lo mínimo que demandan estos tiempos.