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¿Fin del ajuste salarial?

 | Expansión
Federico Durán López

El cambio de los indicadores de empleo, que muestran una evolución sin duda positiva, a pesar de las sombras que oscurecen el panorama (precariedad del empleo, desarrollo no siempre justificado del trabajo a tiempo parcial) y de la gravedad persistente de la situación (como desde fuera nos recuerdan de vez en cuando, véase Renzi últimamente, para aplacar euforias reformistas que no son para tanto), junto a una cierta recuperación de la competitividad de nuestra economía, basada en gran parte en el ajuste de costes laborales, han hecho surgir el debate relativo a si debe tocar a su fin dicho ajuste. En particular, en lo que se refiere a los costes salariales, ya que en el ámbito de las cotizaciones sociales su reducción, compensada en su caso, como reclama la OCDE, por el incremento de la fiscalidad indirecta (IVA), parece que ni está ni se la espera.

 

¿Ha llegado el momento de cambiar el paso y volver a la negociación de incrementos salariales, que permitirían recuperar el consumo interno y favorecer así el aún incipiente crecimiento económico? Creo que el ajuste de costes laborales está, en lo sustancial (dejando ahora aparte el tema de las cotizaciones sociales) hecho. Y que debe abrirse margen, en la negociación colectiva, para subidas salariales que, dentro de la moderación que no debe ya abandonarse, dinamicen el consumo y el mercado de trabajo.

Dentro de la moderación, digo, porque sería suicida volver a las prácticas negociadoras del pasado. Estamos lejos de tener una situación saneada en términos de empleo, y los males estructurales de la economía española que afectan al funcionamiento del mercado de trabajo siguen sin solución. Si ha mejorado algo la competitividad de las empresas y de la economía, la productividad del trabajo sigue siendo baja, los costes energéticos altos, la tasa de ahorro reducida, (a lo que no resulta ajena una presión fiscal que roza lo confiscatorio, sobre todo en determinadas Comunidades Autónomas, alguna de las cuales, como Andalucía, parece empeñada en convertirse en un mausoleo de impuestos altos, atonía económica, deterioro social y enfermiza dependencia de parte importante de la población de las subvenciones y de los subsidios) y la dimensión de la administración pública excesiva, mientras que el fracaso educativo se enseñorea aún de nuestra cara e ineficiente enseñanza y el sector industrial no mejora su representación en porcentaje del PIB (ahora se presentan nuevos planes para intentar acercarlo al 20%, cuando deberíamos aspirar a situarnos entre el 25 y el 30%).

Ante este panorama, la variable salarial no puede volver a comportarse como variable independiente. Por ello, subidas salariales sí pero cubiertas por incrementos de la productividad. Y subidas no indiscriminadas sino adoptadas en función de la situación de cada empresa. La negociación, en este aspecto, debe atender mucho más a las diferentes realidades empresariales, evitando los riesgos de una negociación sectorial que ha asfixiado en muchas ocasiones a las pequeñas y medianas. En ese sentido, la estructura de la negociación colectiva debe variar, llevando las negociaciones, sobre todo las retributivas, a las empresas. Y en ellas, las mejoras retributivas deben asociarse a avances en la flexibilidad laboral, permitiendo, a través de una gestión más flexible del tiempo de trabajo, de la movilidad y de la adaptación de condiciones de trabajo a la coyuntura productiva, incrementos importantes de la productividad (y en ello se juega el futuro de la actividad sindical, que tendrá sentido si es capaz de reequilibrar la reivindicación y la colaboración, participando en la gestión compartida de la flexibilidad).

La negociación colectiva (a la espera del necesario drástico cambio de su marco normativo) debería pues, como decimos, acercarse a las empresas, y alejarse de las precedentes negociaciones sectoriales indiferenciadas, que han asfixiado a muchas pequeñas empresas y que han generado una proliferación de “descuelgues” o inaplicaciones de los convenios colectivos, que no deben convertirse en un instrumento “normal” de gestión de las relaciones laborales sino en remedio ante situaciones excepcionales. Y debería impulsarse la renovación del contenido de los convenios colectivos y la implantación de nuevas prácticas negociadoras, aspectos en los que los cambios normativos introducidos en la última reforma en relación con la “ultraactividad” de los convenios parecen, por ahora, haber fracasado. Sin tener en cuenta todos estos factores, la vuelta pura y simple a las subidas salariales puede dar al traste con las perspectivas de recuperación de la actividad y del empleo.