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Rumbo de colisión

 | ABC
Antonio Garrigues Walker

Tres ideas para intentar cambiar el rumbo que está tomando el debate catalán.

 

- Primera idea. Aceptar que el tema es complejo y que no debe ser tratado con simplismos ni fundamentalismos, pero que tampoco conviene exagerar su complejidad ni ampararse en ella. No es tarea imposible delimitar con razonable precisión todas las cuestiones que integran el problema. Lo que no existe es la voluntad de hacerlo. La idea es justamente la contraria. Manipular sin límite la realidad y la verdad. Hay datos concretos en este debate –especialmente los históricos y los económicos- que se utilizan, sin el menor pudor- para justificar posturas radicalmente distintas. No se puede aspirar, desde luego, a un debate enteramente objetivo y civilizado. No sería realista. Pero hemos superado todos los límites del sectarismo y la demagogia. La relación España y Cataluña no es un tema menor. Es un tema decisivo y no puede tratarse con frivolidad sino con el mayor respeto intelectual y democrático. Recordemos que las burbujas políticas al igual que las económicas, siempre explotan y que todos los excesos se pagan. La ciudadanía es profundamente sabia. Acaba colocando a cada uno en su lugar.

- Segunda idea. Esta crisis económica de la que estamos saliendo con toda dignidad, es un dato a tener muy en cuenta, pero no puede ser un argumento decisivo para exigir a nadie y en concreto a los nacionalistas y a los catalanes en general que, por esta razón, cesen o pospongan la lucha en defensa del reconocimiento de su identidad o en su lucha por la soberanía o la independencia. Hasta el momento el “debate catalán” no ha afectado seriamente a la imagen de España ni a la de Cataluña y no ha generado daños económicos que deban inquietarnos. Pero estamos bordeando el precipicio.

Vivimos un mundo en el que todos los países –prácticamente no hay excepciones- establecen políticas agresivas y constantes de atracción de ahorro exterior y los inversores valoran para tomar la decisión de invertir una serie de factores relacionados con la estabilidad política, económica y social y con la seguridad jurídica. En estos momentos esos inversores tienen muchas más opciones que hace algunas décadas y por lo tanto pueden comparar, y comparan, las ventajas y los inconvenientes de los distintos países en un proceso que los anglosajones llaman “beauty parade”, es decir un “concurso de belleza”, en este caso económica, en el que todos compiten contra todos a brazo partido y en el que se utilizan y resaltan, tanto o más que los méritos propios, los problemas y los males ajenos.

Demos por seguro que si el enfrentamiento en el caso catalán crece en agresividad y radicalización, el impacto negativo sobre nuestra imagen y nuestra economía también irá creciendo y podría llegar a afectarnos muy seriamente en todos los aspectos. Así nos lo están advirtiendo las agencias de calificación y en general el mundo financiero, y estos mensajes se irán intensificando en los próximos días. Aun cuando sean dos casos claramente distintos, la prensa internacional viene y seguirá comparando el referéndum escocés, ya convocado formalmente, con el anunciado referéndum catalán, y hará un seguimiento crítico de ambos en el que el tratamiento político y las consecuencias económicas ocuparán un lugar destacado. No debemos salir malparados de este ejercicio comparativo. Hay que evitar las bravuconadas, las amenazas, las descalificaciones absolutas y en definitiva cualquier forma de violencia verbal y, desde luego, la física. En éste, como en todos los temas, las formas, las buenas maneras y la civilidad del diálogo, acaban siendo tan importantes como el propio fondo del asunto y son la vía más eficaz para llegar a acuerdos y soluciones. En resumen: no demos el espectáculo.

- Tercera y última idea. La situación a la que hemos llegado era fácil y perfectamente previsible, pero nadie hizo nada para evitarla o moderarla. Hace ya tres años, el 4 de febrero de 2011, recogiendo el parecer de muchas personas, publiqué en ABC una tercera, “El futuro de Cataluña”, en la que se decía lo siguiente: “Existe en España –y muy especialmente en Madrid-, una ola recentralizadora profunda que no se limita a grupos conservadores y existe en Cataluña –y muy especialmente en Barcelona- una ola independentista que ha alcanzado una magnitud desconocida hace pocos años. Si no controlamos, desde ahora, el movimiento de esas olas con prudencia y habilidad, nos encontraremos súbitamente en una mar arbolada sin líderes expertos en navegación azarosa en la que, para reducir el riesgo, la norma básica será la de poner proa a las olas sin vacilación ni contemplaciones. Mucho más útil que abrir sin pausa capítulos de agravios y deslealtades, será aceptar que todos los temas que se han puesto sobre la mesa son perfectamente debatibles y consensuables. A los modelos territoriales les sucede lo mismo que a los sistemas democráticos: son y serán siempre perfectibles. Nuestro modelo autonómico –que es una de las formas de ser federal- admite desde luego crecimientos asimétricos que respondan a las distintas sensibilidades históricas; admite, también, conciertos fiscales y otras medidas que profundicen y garanticen el autogobierno; y admite finalmente normas y controles que eviten procesos de desintegración y aseguren una solidaridad eficaz que aumente y no empobrezca los niveles de exigencia. Es una cuestión de tacto, equilibrio y sensatez política que ya hemos demostrado en otras ocasiones y en otras materias”.

De cara a la estrategia a seguir en el futuro, tomemos buena nota de que la pasividad no es buena táctica. Hay que mirar de frente al problema. Hay que ponerse a hablar, no a callarse. Como he dicho en otras ocasiones, entre una independencia total sumamente problemática y una dependencia inconfortable y para algunos claustrofóbica, hay soluciones más sensatas, más realistas y más eficaces. No encontrarlas sería realmente injustificable ante una ciudadanía que ha demostrado una capacidad de sacrificio, de resiliencia, de moderación y de sentido común admirables. Se merece que sus dirigentes reaccionen con sensatez, con realismo e incluso, sin caer en utopías, con un mínimo de grandeza. Lo tienen que hacer y lo van a hacer. Ya empiezan a ser conscientes, aunque no se note demasiado, de que poner rumbo de colisión carece de todo sentido. Dentro de poco tiempo empezaremos a ver gestos y actitudes más positivos, más conciliadores.