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Turismo sostenible y sostenibilidad del turismo

 | Eco Sostenible

Cuando pensamos o hablamos sobre el desarrollo, la economía o sobre cualquier actividad humana como «sostenible» nos referimos principalmente a ese objetivo plausible, conveniente y necesario que ha de informar y conformar el diseño y ejecución de la acción del hombre, de tal forma que, en palabras de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, podamos «satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las futuras para atender sus propias necesidades».

Pero hoy aquí, permítanme comentarles aspectos relacionados no sólo con la sostenibilidad del turismo, sino también sobre qué retos debe afrontar nuestro turismo para que pueda mantenerse como principal sector económico y seguir sustentando directa e indirectamente una gran porción del empleo en España.

 

I.- El planteamiento de un turismo sostenible

Hemos de entender, como hace la Organización Mundial del Turismo, que el turismo sostenible es aquél que se desarrolla y ejerce persiguiendo como objetivo (i) un mínimo impacto sobre el medio ambiente, (ii) el respeto con la cultura local y la diversidad social de cada destino turístico; y (iii) el aseguramiento de unas buenas prácticas económicas, empresariales y laborales que permitan y fomenten el crecimiento económico sostenido y el bienestar entre la población, tanto entre viajeros como de los residentes en los destinos turísticos y zonas anfitrionas de los visitantes.

Así mismo, también la OMT entiende que para la consecución de dichos objetivos, se han de aplicar y seguir los siguientes principios:

-Conservación de los recursos naturales y culturales, para su uso y disfrute continuado en el tiempo, junto con la promoción, el mantenimiento y la mejora de la calidad ambiental.

-El desarrollo turístico de cada destino se ha de planificar y ejecutar de tal forma que no cause problemas ambientales ni socio-culturales;

-Ha de prevalecer la búsqueda de un elevado nivel de satisfacción de los visitantes en cada destino turístico, de tal forma que éste pueda mantener su prestigio y calidad como tal destino, de forma continuada en el tiempo; y

-La sociedad en general ha de hacerse partícipe de los beneficios que reporte el turismo.

Este planteamiento ha de hacerse no sólo respecto de los destinos turísticos ubicados en países desarrollados sino que también en aquellos situados en países en vías de desarrollo, si bien ello con un matiz importante: el turismo sostenible en este último caso ha de constituir una eficaz herramienta para el desarrollo económico local, más cuando como sucede en muchos destinos, no existen otras actividades alternativas al turismo. Todo proyecto turístico es inductor de otras actividades económicas (construcción, infraestructuras, distribución, agricultura,…) y ofrece oportunidades para el surgimiento de empresas locales (hay que tener en cuenta que incluso en los países más desarrollados, la industria turística está configurada principalmente por PYME’s).

Además, el turismo es un sector que requiere de fuertes inversiones en infraestructura y equipamientos, y también supone un uso intensivo de mano de obra, generando un volumen relevante de empleo de calidad que de otra manera no sería viable en muchas de las zonas turísticas actuales.

 

II.- La relevancia de  la actividad turística global

Quizá no es suficientemente conocida la relevancia mundial de la actividad turística, conformándose dicho sector como el más importante en la economía mundial. Para hacernos una idea de las magnitudes, la OMT prevé que en el presente año 2012 se alcance (a nivel mundial) la cifra de mil millones en el número de llegadas de turistas internacionales.

Las previsiones respecto de las tendencias futuras de la industria turística global coinciden en su continuo crecimiento, que oscila entre tres y seis por ciento anual, dependiendo de la ubicación. Recientemente, se ha publicado un estudio según el cual, si se mejoran las emisiones de visados para viajar, el incremento de turistas internacionales crecería en el ámbito del G20, para el año 2015, en 122 millones adicionales, provocando dicho crecimiento cuantitativo un impacto económico de 206 mil millones de dólares y la creación de 5 millones de nuevos puestos de trabajo.

En resumen, durante los últimos 50 años hemos pasado a nivel global de 25 millones de desplazamientos a casi 1.000 millones anuales, incorporándose como destinos turísticos lugares cada vez más remotos gracias al desarrollo y a la mayor eficiencia de los medios de transporte y de la organización de viajes. Un fenómeno de tal magnitud y con una expansión tan rápida y constante merece una especial atención. El que podamos denominar al turismo como una actividad realmente sostenible no es un lujo sino una verdadera necesidad y un objetivo sobre el que el mundo no puede cesar en su empeño por acometer y cumplir. 

Dicho crecimiento podría plantear contingencias en lo relativo a su impacto en el medioambiente, en las culturas indígenas, los procesos migratorios que pueden generarse, etc. Por ello es muy relevante promover actuaciones para concienciar a las autoridades, operadores turísticos y a los propios turistas en el concepto del turismo sostenible, generando una sensibilidad a estos peligros y cuidando que los destinos turísticos no entren en un proceso de rápida maduración que provocaría su degeneración, lo que acabaría acarreando el inicio de su propio fin como actividad económica así como daños directos o colaterales muy relevantes, de complicada evaluación y difícil o incluso imposible reparación. En este sentido se han manifestado, entre otros, numerosos organismos o conferencias internacionales celebradas en los últimos años.

Por todo ello, es necesaria la asunción por parte de todos los operadores turísticos, ya sean públicos o privados, de las siguientes pautas:

-informar a los turistas de la cultura, la religión, la política y la economía de las comunidades visitadas;

-informar sobre el valor local y global de los recursos naturales y paisajísticos del destino;

-fomentar entre turistas y habitantes locales el respeto mutuo, la comprensión intercultural y la tolerancia;

-informar y formar a los residentes sobre los valores del turismo (culturales, económicos y sociales) y sobre las repercusiones que dicha actividad aporta a su zona como destino turístico;

-fomentar con medidas legislativas el apoyo a la integridad de las culturas y recursos naturales locales, de modo que las empresas y operadores privados tengan incentivos para  conservar el patrimonio cultural y los valores tradicionales;

-apoyar las economías locales mediante la compra de productos de la zona y procurar la participación en la actividad turística de las empresas locales;

-el fomento entre los operadores turísticos privados (internacionales y locales) de la concienciación sobre la relevancia de su propia responsabilidad social y la selección para proyectos públicos de aquéllas empresas colaboradoras o participantes que sean ambientalmente conscientes.

 

III.- Los riesgos del turismo, en especial del denominado ‘turismo de masas’

El concepto “turismo de masas” es en sí mismo un concepto ambiguo, en ocasiones utilizado peyorativamente y que en su descripción conlleva cierta injusta generalización. La masificación (o mejor dicho, la socialización) del turismo no ha actuado siempre de igual forma, ni comportado desde su nacimiento, ni en todos los periodos ni en todos los lugares, unos idénticos efectos. Por ello, cualquier estudio o análisis sobre el turismo de masas debiera hacerse referido siempre a dicho fenómeno en un periodo muy concreto y en un destino o región también específico y determinado. En todo caso, y tras la aclaración anterior, permítaseme hacer una breve mención a lo que la sostenibilidad del turismo debe afrontar como reto tras enfrentarse de forma objetiva a los efectos, en algunos casos y en algunos periodos, no del todo positivos del turismo.

Como hemos comentado, el turismo ha sido presentado tradicionalmente como una eficiente palanca del desarrollo económico, pues promueve la generación de empleo, la implantación y modernización de infraestructuras, la construccion de hoteles y establecimientos turísticos, promueve la revalorización los recursos locales y supone, para muchos países, la consecución del equilibrio de la balanza de pagos con el exterior. Ello es así y nadie lo puede poner en cuestión, pero tras la década de 1970, el turismo internacional de masas pasó a ser un fenómeno digno de estudio, lo que promovió la investigación de los costes económicos, culturales y sociales que podía conllevar dicho fenómeno para los destinos turísticos, sobre todo aquéllos que acogían su modalidad más masiva.

Resumiendo mucho (y por tanto, sea disculpada aquí la excesiva generalización) las críticas que se hacen al fenómeno del turismo de masas son los siguientes:

-En cuanto al empleo: en ocasiones éste es estacional y poco cualificado. La actividad turística sufre como pocas los vaivenes de los ciclos económicos y ello genera un empleo inestable. Muchos de los territorios que se convierten rápidamente en destino turístico de masas no tienen población suficiente para asumir la demanda inicial de empleo y ello provoca movimientos migratorios de población venida de otros lugares con su consiguiente desarraigo social, cultural y religioso. En cuanto a la población local que accede al empleo turístico, ello es normalmente a costa de una descapitalización humana de las zonas agrícolas.

-En cuanto a la revalorización de los recuros naturales y ambientales de las zonas turísticas: en ocasiones se provoca una inflación del valor del suelo, de la vivienda, del agua y de los alimentos lo que conlleva colateralmente un emprobecimiento real de la población autóctona.

-En cuanto a la implantación y modernización de infraestructuras: se focaliza la inversión en infraestructuras según las prioridades turísticas y no según las necesidades reales del conjunto de las actividades económicas ni del conjunto de la sociedad. En ocasiones incluso, por acercar en exceso la ubicación de las infrastructuras o zonas residenciales de los turistas de los lugares con mayor valor paisajístico se acaba por dañar dicho paisaje, incluso sustituir éste por elementos constructivos no acordes con el modelo tradicional.

-En cuanto al impacto ambiental: las zonas turísticas, al menos en sus primeros años de crecimiento, no están preparadas para asumir el impacto ambiental de un elevado número de visitantes, provocando ello graves problemas en cuestiones tales como la gestión de residuos sólidos urbanos, el vertido de aguas residuales, etc.

-En cuanto a la generación de riqueza y distribución de la misma: se critica que gran parte del beneficio en la actividad turística permanece en los países emisores (lugar de orígen de los turistas), donde se ubican en ocasiones los touroperadores que organizan los viajes, las compañías de transporte y las propias cadenas hoteleras que operan en los distintos destinos. Por otra parte, en ocasiones se daña indirectamente otras actividades económicas, la descapitalización humana y territorial de la agricultura y su sustitución por territorio urbanizable, la traslación de tareas y trabajos (las propias del campo por las de la construcción y sector servicios) pueden empobrecer a gran parte de la población autóctona dedicada tradicionalmente a sectores primarios. Por último, en muchos de los destinos turísticos, esta actividad constituye una especie de monocultivo, lo que implica una gran dependencia sobre mercados exteriores y circunstancias económicas ajenas al propio territorio turístico, lo que conlleva la incapacidad de las autoridades locales en sus intentos para reactivar la economía local.

Dicho lo anterior, en ocasiones, tras constatarse los problemas o riesgos  que puede provocar una excesiva y mal planificada actividad turística en una determinada región, se puede producir un daño adicional, consecuencia del proceso “acción-reacción”: las autoridades locales, alarmadas por ciertos efectos nocivos del expansionismo turístico, establecen normas excecisvamente conservacionistas que, aplicadas de forma general, provocan un estancamiento de toda actividad económica, impidiendo incluso el normal devenir de las actividades tradicionales, provocando una cierta depresión económica.

Sin poder entrar aquí ahora en detalles, igual que no puede afirmarse con rotundidad que el turismo ‘de masas’ ha sido nocivo en todo lugar y tiempo, tampoco parece que pueda mantenerse que haya un modelo de turismo sostenible aplicable universalmente. La conclusión más humilde y seguramente más certera es la que indica que el impacto del turismo varía dependiendo de las características y naturaleza del concreto destino turístico, de su implantación y desarrollo como tal, de la sociedad anfitriona, del tipo de turista que lo visita y de su contexto. Por ello, habrá que buscar a cada concreta situación su propio modelo turístico para dotarle de la deseada sostenibilidad.

 

IV.- La posición de España en el turismo y sus retos de sostenibilidad

Si impactantes eran las cifras del movimiento turístico global en los últimos años, más si cabe lo son respecto de España.

Según un reciente informe de la Organización Mundial del Turismo, España sigue ocupando la segunda posición en el ránking mundial de ingresos por turismo extranjero, tras Estados Unidos y por delante de Francia.

Para que nos hagamos una idea de la importancia relativa del Turismo para España, comparándo sus cifras con los índices mundiales, hay que reflejar primeramente que si la actividad turística representa mundialmente un 5% de la actividad económica mundial, en España dicho porcentaje se eleva al a algo más del 10%. Si el total de entradas de turistas internacionales en Europa en 2011 se sitúa en 502 millones, más del 10% se corresponden con las entradas de turistas internacionales en España, siendo líderes indiscutibles, junto con Francia, en las estadísticas turísticas europeas durante los últimos años.

Si dichas cifras son ya concluyentes en términos absolutos, pensemos un momento en su ‘calidad relativa’. Los Estados Unidos de América mantienen su primera posición en el ranking mundial en cuanto a número de turistas internacionales que cruzan sus fronteras, situándose en el año 2011 en la cifra de 62 millones, frente a los 56,7 millones de turistas internacionales que visitaron España durante el mismo periodo. Si comparamos dichas cifras con la población de cada uno de ellos, nos encontramos con una realidad espectacular: cada habitante de los Estados Unidos recibe de media 0,2 turistas internacionales al año, mientras que el español supera la relación 1:1, al recibir de media anual a 1,23 turistas internacionales.

Si a la relevancia internacional antes citada unimos el hecho que España es el destino preferido por los propios españoles, hemos de concluir que España es el principal destino turístico o, mejor dicho, el país donde se concentran el mayor número de destinos turísticos relevantes de Europa.

Si los números y estadísticas anteriores manifiestan la importancia de España en el mundo turístico, ello también va en concordancia con la conciencia de la necesidad en nuestro país de un turismo sostenible. En este sentido, “Spain is (not) different”.

Existen numerosos documentos (tanto de organismos oficiales como del mundo académico y de los operadores privados), foros, jornadas y proyectos encaminados a fomentar e impulsar la sostenibilidad de nuestro turismo.

Si bien las actuaciones concretas sobre la sostenibilidad turística española están en gran medida identificadas y han sido objeto incluso de normas publicadas en el Boletín Oficial del Estado, no es menos cierto que algunas de ellas no están llegando a buen fin o han sido paralizadas, fruto de las limitaciones presupuestarias derivadas de los ajustes fiscales en los que están inmersas nuestras administraciones públicas en la actualidad.

En todo caso, cabe tener en cuenta que el sector turístico privado español es consciente de la relevancia y del objetivo a perseguir, y así lo ha concluído recientemente en la III Cumbre del Turismo Español, celebrada el pasado 26 de abril. En línea con el sector privado, las administraciones públicas turísticas plantean también como objetivos claros e identificados acciones relacionadas con la sostenibilidad turística.

Dado que nuestro turismo, como fenómeno socio-económico nació hace ya aproximadamente 50 años, nuestro principal reto se centra en impulsar la competitividad turística evitando que la rápida maduración (y a veces degradación) de algunos de nuestros destinos turísticos pongan en peligro nuestra actividad en este sector, sostén importante de nuestra economía nacional. Por ello me centraré a continuación en este esencial punto de acción: la revalorización de nuestros destinos turísticos maduros.

 

V.-La revalorización de los destinos maduros españoles.

En los últimos tiempos se está consolidando con firmeza el amplio consenso sobre la necesidad (ya urgente) de acometer medidas que mejoren la competitividad de nuestras zonas turísticas, sobre todo aquellos que se han venido a denominar “destinos maduros”. En este sentido, es de reseñar la aceptación unánime que  tuvo en abril de 2011 entre responsables políticos y representantes del sector el ‘Plan Turismo Litoral Siglo XXI’, conjunto de medidas que el Consejo Español de Turismo decidió impulsar, promovido por el Gobierno central y que contó entonces con el apoyo de comunidades autónomas y de los agentes económicos del sector.

En plena coherencia con el Plan Turismo 2020, que también perseguía como objetivo la recualificación de destinos maduros, la administración turística articuló  tres importantes iniciativas: a) la creación del Fondo Financiero del Estado para la Modernización de las Infraestructuras Turísticas (FOMIT); b) El Plan de Renovación e Instalaciones Turísticas (Plan Renove Turismo) y c) el establecimiento de tres iniciales proyectos extraordinarios de recualificación de destinos maduros: Platja de Palma, Costa del Sol Occidental y San Bartolomé de Tirajana.

No hemos de olvidar que el litoral mediterráneo peninsular y los archipiélagos balear y canario son las zonas donde se inició la industria turística de nuestro país hace algo más de medio siglo, y que todavía hoy en dichas zonas se localiza más del 80% del gasto total de turistas extranjeros. Parte importante de dichas zonas constituyen “destinos maduros” y requieren de una actuación inmediata, que los pueda reubicar en el mercado frente a un nuevo modelo de consumidor cada vez más exigente y experto, que reclama un mayor valor añadido a su experiencia del viaje, que otorga gran relevancia a la relación calidad/precio y que, a través del uso de las nuevas tecnologías de la información, tiene un mayor conocimiento de los canales de compra y de las ofertas que otros destinos puedan ofrecerle.

Estamos todos de acuerdo en que hemos de avanzar en un nuevo modelo de desarrollo turístico para nuestro litoral y que, a través de un consenso absoluto entre todos los agentes económicos (públicos y privados), hay que diseñar y aplicar una estrategia común de revalorización de los destinos turísticos maduros que cuente además con el respaldo de los agentes sociales.

Además de esa firme voluntad común (ese “pacto de Estado”) necesario para acometer tal gran proyecto, también la Ley ha de jugar un papel relevante en el diseño e implantación de los concretos planes de revalorización de los destinos turísticos maduros.

El legislador ha de ser capaz de que las zonas turísticas en reconversión pasen a ser un punto de atracción de inversión pública y privada que, pueda fluir de forma natural hacia todos los sectores involucrados en el proceso de reconversión: sector de alojamiento turístico, sector de la oferta de ocio y restauración, sector comercial y sector residencial.

Es evidente que la consecución de los objetivos perseguidos depende de la iniciativa privada empresarial y de la iniciativas de los particulares, por ello, se hace ineludible establecer reformas legislativas, mediante la implantación de un conjunto de medidas urbanísticas, fiscales, financieras y sociales de apoyo y estímulo a los agentes privados para la realización de las inversiones y actuaciones a acometer en los proyectos de revalorización de dichos destinos turísticos.

En lo que a fiscalidad se refiere, dichas medidas legislativas deberían encaminarse, principalmente a la consecución de los siguientes objetivos: a) atenuar la carga fiscal que los contribuyentes ya establecidos en la zona y que vayan a ver reducidos sus ingresos durante el periodo de ejecución del proyecto por paralización temporal de sus actividades empresariales o bien por reducción de las mismas; b) hacer atractiva la reinversión privada por parte de las empresas y ciudadanos residentes en la zona mediante la aplicación de una “neutralidad tributaria” a cierto tipo de operaciones inmobiliarias de modo que la fiscalidad no constituya un elemento disuasor para acometer dichas inversiones; c) hacer atractiva la inversión a la participación en el proyecto a nuevos inversores mediante la instauración temporal de incentivos tributarios a través de ciertas deducciones y bonificaciones en los impuestos estatales y locales aplicables a la ejecución de inversiones y al ejercicio de actividades económicas; y d) fomentar especialmente aquéllas inversiones congruentes con unos destinos turísticos sostenibles y que a la vez puedan dar cobertura a las necesidades tecnológicas del perfil del turista actual (deducciones incrementadas para inversiones medioambientales y en desarrollo e innovación tecnológica).

Además, y en fomento de la responsabilidad social de las empresas involucradas en cualquier proyecto de este tipo, debería condicionarse la obtención de dichos incentivos fiscales al cumplimiento de unos mínimos estandarizables en cuanto a las obligaciones ya en vigor en materias tales como (i) seguridad e higiene en el trabajo; (ii) planes de igualdad; (iii) protección de datos de carácter personal; (iv) cumplimiento de compromisos de previsión social; etc. Es decir, no se trata de añadir nuevas obligaciones a las empresas que vayan a participar o involucrarse en reconversiones de destinos turísticos, sino exigir un cierto nivel de excelencia en todo lo relativo a su propia responsabilidad social. En definitiva, lo haremos mejor si cada uno de los operadores turísticos mejora en su actuación y quehacer.

En definitiva, la rehabilitación de los destinos turísticos maduros requiere de una reordenación de los espacios públicos y privados, una mejora de las infraestructuras y zonas residenciales anexas así como una mejora cualitativa de los servicios a prestar a los turistas, integrando todo ello en el principio de sostenibilidad. Todo ello debe complementarse con una oferta de mayor calidad encaminada a competir con otros destinos extranjeros no en precio sino en valor añadido para el turista. La voluntad parece firme, pero han de superarse las barreras y obstáculos que las actuales condiciones de carencia presupuestaria en lo público y de limitación crediticia en lo privado hacen hoy más difícil el reto de la sostenibilidad de nuestro turismo.

Es correcto centrarse, preocuparse y ocuparse en solucionar cuestiones o problemas coyunturales, quizá más inmediatas, pero corremos el riesgo de dedicar todos nuestros esfuerzos y atención a la solución de lo urgente, del problema de hoy, y dejar aparte lo que podría llegar a constituirse como un profundo y grave problema estructural: la pérdida definitiva de competitividad de nuestros destinos turísticos.

Cabe invertir, cabe mejorar lo que ya tenemos, cabe poner en valor nuestro paisaje, nuestro clima, nuestra hospitalidad, nuestras infraestructuras, nuestra seguridad ciudadana, nuestra planta hotelera, nuestra gastronomía, nuestras playas, nuestros montes, nuestras ciudades, nuestros pueblos, nuestros monumentos, nuestra oferta complementaria, nuestro conocimiento y experiencia en la gestión turística, nuestra relación calidad-precio, (…). Y con ello, hay que saber transmitir todo el conjunto de dichos valores al mercado turístico internacional y ser capaces de competir no en precio (o al menos no sólo en precio) sino en una calidad global como destino sin igual, es decir, sin competencia posible por parte de otros países.

De no acometerse dichas mejoras y dicha inversión en nuestros propios destinos turísticos sólo podremos competir en precio y ello conllevará irremediablemente un deterioro de España como destino turístico, de tremendas consecuencias económicas y sociales para nuestro país.

Hemos tenido en la historia reciente del turismo español personas con un gran criterio y espíritu emprendedor capaces, a pesar de las dificultades, de crear de la nada un destino turístico, como sucedió por ejemplo con Punta Caná-Bávaro en República Dominicana, destino totalmente consolidado dentro del panorama mundial del turismo de sol y playa. Si el turismo español ha sido capaz de acometer retos como el mencionado, no hay motivos para pensar que no seamos capaces ahora de renovar nuestros propios destinos turísticos.

La ambición (plenamente consensuada por el sector y las administraciones) en este objetivo común del turismo sostenible y de mantener al turismo español como principal actividad económica española debe ser firme y perseverante. Está nuestro futuro en juego.

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