Adolfo Suárez, abogado.
Después de dejar la política en 1991, Adolfo Suárez abrió un despacho de abogados en Antonio Maura 4. Nosotros estábamos en el 16 de la misma calle y esa cercanía me permitió coincidir con él con alguna regularidad. En esos encuentros hablamos de temas muy diversos incluyendo el de los problemas de una firma de abogados.
Me sorprendió su curiosidad en conocer algunos detalles y su reacción de sorpresa cuando yo le explicaba por ejemplo que en las firmas grandes los hijos de los socios no podían aspirar a entrar porque se plantearían cuestiones muy sensibles.
Yo no aspiro, me dijo, a competir con vosotros ni con nadie, pero soy abogado y quiero ejercer la profesión. “Serás –le respondí- un terrible competidor y crecerás como la espuma”.
Pero él nunca dejó de ser un político. Era lo único que le interesaba. Lo único que le merecía la pena. Se le notaba la tristeza de quedar al margen. La amargura del trato que había recibido. Su cansancio vital.
Durante su Presidencia (1976/1981) mi relación y la relación del despacho fue siempre correcta. Tuvimos frecuentemente contactos con él y su equipo sobre todo en relación con inversiones extranjeras que en esa época fue muy importante como consecuencia entre otros factores de la inversión de Ford en 1974. Los pactos de la Moncloa de 1977 también fueron muy decisivo en ese sentido y recuerdo que le envié una carta felicitándole por ese éxito espectacular.
Para la abogacía y para el mundo jurídico Adolfo Suárez merece un especial reconocimiento pura y simplemente porque recuperó el estado de derecho a través de la Constitución de 1978. Será cosa buena reconocérselo de forma especial y buscar la ocasión adecuada para manifestar nuestro respeto y nuestra gratitud.